lunes, 7 de septiembre de 2009

La construcción efímera del comercio ambultante

La lectura utiliza como punto de parida el relato bíblico de Caín y Abel para explicar el eterno conflicto entre la vida nómada y la sedentaria, entre el aparente orden y el aparente caos. Con el fin de vivir en sociedad fue necesaria la “evolución” hacia una estabilidad. Para lograrlo se ha recurrido a la instauración de limites, de la propiedad privada y que mejor forma de lograrlo que con la construcción que posteriormente será arquitectura.
Lo primero será crear hogares y lugares de concentración. Necesidades reales que comienzan a empalmarse con necesidades creadas, lo requerido para la convivencia como para la supervivencia estarán en constante cambio.
La evolución de las necesidades implica evolución en los las edificaciones y en la forma de habitar los espacios. Hoy en día uno de los ámbitos donde es más visible la fina línea entre la edificación sedentario y la nómada es el comercio. En un mundo con poblaciones en movimiento y en aumento, con recursos y espacios disponibles en descenso y sin la creación de reemplazos, la sociedad y su actividad se adaptan. Ejemplos que nos acompañan día a día implican el comercio no establecido: el tianguis, vendedores ambulantes. Con esto no quiero decir que nos enfrentamos ante un fenómeno nuevo. Es bien sabido que el comercio ambulante es antiguo.  El tianguis siempre ha provocado problemas a las autoridades.
El ambulantaje actual, sin importar si es percibido como plaga, protesta, respuesta económica o medio de supervivencia, puede ser considerando como construcción efímera. El solo pasar una tarde por el centro y presenciar este fenómeno  no puede dejar de sorprendernos.
Primero uno es bombardeado con mercancías que varían desde libros y discos, bisutería y maquillajes hasta sombrillas con protección ultravioleta. Posteriormente tras percibir una señal, que va desde un chiflido hasta una llamada de celular, somos testigos de un verdadero acto de desaparición, en segundos mercancías, locales, vendedores y compradores desaparecen sin dejar rastro. Lo único que queda es el espacio inhabitado, deshechos, la memoria del hecho y la complicidad implícita de los transeúntes.






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